30 abril 2010

Don Anselmo _ Aquiles Nazoa

Don Anselmo

Desde hace muchos años,
sin fallar, a la hora del almuerzo,
día a día en el quicio de mi casa
se sienta un pobre viejo.

Los muchachos del barrio
lo tratan con cariño y con respeto,
y hasta hay algunos que con él comparten
su menguada ración de caramelos.

Nadie sabe su nombre
ni jamás ha tratado de saberlo,
pero es tan venerable su figura,
tan rebosante de bondad su aspecto
y su manera de mirar tan dulce,
que todos lo llamamos don Anselmo.

Y se sienta en el quicio de mi casa
-como ya dije al comenzar el cuento-
y se pone a contar los centavitos
que recogió mostrando su sombrero,
o tierno y paternal tiende la mano
para hacerle arrumacos a algún perro.

Sin que él toque, en mi casa
por intuición sabemos
que en el sitio habitual ya esta instalado
como todos los días, don Anselmo.

Sale entonces mi madre, y el mendigo
le da tres perolitos que al regreso
vienen llenos de sopa, de ensalada,
de tortilla, de plátano, de huevos
y de mil cosas más que, francamente
quisiera recordar pero no puedo.

Llagados a este punto de la historia
me dirán los lectores: ¡Qué embustero!
Ni las casas de ahora tiene quicio
ni existe semejante don Anselmo,
ni en la casa de usted cocinan tanto,
ni todo ese menú se come un viejo
y aunque se lo comiera, no cabria
en unos perolitos tan pequeños.

Pues bien, me habéis cogido en la pisada:
he mentido, señores y no niego
que cuanto he referido es puro embuste:
¿Pero verdad que es bello, bello, bello?










Autor: Aquiles Nazoa

No hay comentarios:

Publicar un comentario