06 abril 2010

Balada de Hans y Jenny - Aquiles Nazoa

enamorados+castillo














Balada de Hans y Jenny



Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian
Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.
Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían
como dos colegiales comparten sus almendras.
Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia.
Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.
Hans solía cantarle fantásticas
historias del tiempo en que los témpanos eran los grandes osos del mar.
Y cuando venia la primavera, él la cubría con silvestres tusilagos de trenzas.
La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje.
Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.
Hans tenia una caja de música en el corazón,
y una pipa de espuma de mar, que Jenny le diera.
A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos.
Pero seguían amándose en el encuentro de las cosas menudas de la tierra.
Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes
y en la mirada de los niños y en las hojas secas.
Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos,
y en el perfume de pan tierno y en las más humildes monedas.
Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce
como el primer día de invierno en la escuela.
Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.
Una vez la escucharon unos estudiantes americanos,
y por la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.
Y es que cuando Jenny cantaba, era el amor de Hans lo que cantaba en ella.
Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo de vuelta.
Y fue a ver a su Jenny y la encontró sentada,
juntas las manos, en la actitud tranquila de una muchacha ciega.
Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente hermosos como ella.
Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de espuma
y en la llegada del otoño y en el color de las frambuesas.
Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos
y en las más humildes monedas.
Porque, verdaderamente, nunca fue tan claro el amor
como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind,
...el Ruiseñor de Suecia.









Autor: Aquiles Nazoa

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