Ahora todas las cosas se echan a perder antes de los cinco días de comprados, y no le podemos reclamar a nadie.
Ni el departamento de reparaciones funciona, de modo que nuestra casa va día a día llenándose de cosas lisiadas, de radios tartamudos, de cámaras fotográficas ciegas, de sentimientos que vinieron equivocados de fábrica.
De melancólicas sillas rotas que andan por toda la casa pidiendo limosna con su muleta debajo del brazo, de ganas de vivir que se frustran dada la pésima calidad de las baterías.
Usted no sabe lo lamentable que es dormir en una almohada a la que se le botan los sueños.
O cada despertar tener que apresuradamente saltar a correr las cortinas para evitar que a la única ventana se le siga botando el paisaje.
No sé cómo llegué el otro día a la estación de servicio, pues resulta que a lo largo de todo el viaje se me había venido botando la vida por el camino sin darme cuenta.
En los basureros de las ciudades hay cantidad de infelices que viven de las cosas que se les botan a otros; de lo que el tiempo va acumulando de las casas a las que se les botan los recuerdos.
Nosotros, los solitarios transeúntes de la noche nos ocupamos de recoger esas materias de desecho para tener algo de qué vivir, bajo este miserable cielo de tan mala calidad que se le botan las estrellas.
Ni siquiera nos queda el recurso de morir para de algún modo escapar de éste infierno en el que sin merecerlo nos encerró vivos el sistema de la libre empresa, porque nos sobrecoge el temor de que vayamos a parar a uno de esos cementerios cuya primera cuota pagamos con tanto esfuerzo y entusiasmo y resultan ser de tan pésima calidad que a los 3 ó 4 días de enterrados ya empiezan a botárseles los muertos.
Autor: Aquiles Nazoa
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