04 abril 2010

Mozart Comestible - Aquiles Nazoa

Mozart Comestible



Nadie sabía que el pobre Mozart tenía sus bolsillos llenos de monedas de oro.
El pobre hombre se quitaba cada noche sus desventurados pantalones, y al sacárselos caían al suelo las tintineantes monedas.
Pero como su esposa era medio sorda, creía que se trataba de monedas de plomo.

La señora de Wolfang Amadeus Mozart era muy rigurosa en sus costumbres.
Pensaba sinceramente que las heridas de aquel tan elegante corazón se cerrarían con curitas Jhonson.
Y se las aplicaba inútilmente cada noche, mientras el hermoso corazón de Mozart se desangraba en silencio, como si dijéramos una botella de jarabe que se le quiebra a uno secretamente en la bolsa de las compras.

Mozart tenía muy mal carácter, muy mala memoria y muy mala suerte.
Especialmente una vista pésima.
Un día se subió en una nube creyendo que era un autobús.
Otra vez mirando salir en sucesivo vuelo unas palomas de un palomar, se puso a gritar en plena calle: ¡Epa, epa, se están escapando los guantes!
Era un hombre muy hermoso y según se dice se alimentaba con medias de seda.
Era muy descuidado también, a la hora del baño se tragaba el jabón creyendo que era una almendra.
Una vez a Mozart los policías lo pusieron manos arriba, porque al pedirle su cédula de identidad les presentó una rosa.
Mozart era muy mal educado: en las recepciones se comía el perfume de las señoras y les besaba la ropa en público.
El día que murió Mozart estaba nevando, y sus amigos en vez de enterrarlo decidieron comérselo como un mantecado.
Y como está comprobado que los helados se comen con la boca especial del amor, llegamos a la conclusión de que Mozart no existe sino en los labios de los enamorados, y eso si es domingo.






Autor: Aquiles Nazoa

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